salidaGenerado con DiscursoBoda usando IA
Buenas noches a todos.
Soy el padre de Elena. Y hoy, si me veis un poco emocionado… es porque mi niña se ha casado con un hombre al que admiro y quiero, y porque aún no sé cómo he llegado de enseñarle a montar en bici a verla llegar aquí vestida de novia sin que me tiemblen las rodillas.
Cuando Elena era pequeña, descubrí dos cosas muy pronto: que era organizada como un reloj suizo y que su risa podía arreglarle el día a cualquiera. Esa risa… los vecinos la conocían mejor que yo. Y también era mi cómplice. Compartíamos chistes malos, planes imposibles y conversaciones largas que empezaban hablando de deberes y acababan en “¿qué harías si fueras astronauta?”. De algún modo, ese mismo espíritu lo veo hoy en ella: la Elena que planifica todo, pero que cuando se ríe, se olvida del reloj.
Y entonces apareció Diego. Yo supe que ese chico tenía buen corazón cuando lo conocí de una manera que, sinceramente, no me esperaba: vino a pedirme a la perra prestada para impresionar a Elena. Ahí pensé: o es un genio o es un loco. Resultó ser un genio con un punto de loco encantador. Y lo mejor es que funcionó… porque, ya veis, ahora estamos aquí.
Su historia empezó de la manera más madrileña posible: en el Retiro, con las correas de sus perros enredadas como si el destino las hubiera hecho nudo. Y, claro, “para desenredar la situación”, terminaron tomando un café. Ese café se convirtió en una primera cita con paseo de perros, y esa primera cita, con el tiempo, en cuatro años de caminar juntos, literalmente: rutas de senderismo, mochilas, piedras en las botas y esa sensación de estar de la mano aunque el camino se empine.
Hubo un ático pequeño con terraza, donde aprendieron que el espacio se multiplica si se comparte bien. Hubo maratones de series durante la pandemia, cuando nos enteramos de que el amor también es elegir capítulo a capítulo juntos, sin hacer trampa adelantando un episodio. Y hubo una Granada que se guardó un secreto precioso: un compromiso sorpresa entre calles que huelen a historia y a té con menta, que selló lo que todos ya intuíamos.
De Elena, qué os voy a decir yo: organizada, detallista, de risa contagiosa. La he visto convertir el caos en agenda y las dudas en listas con colorines. Pero también la he visto mirar a Diego con esa mezcla de ternura y confianza que dice: “contigo, lo que venga”. De Diego, he descubierto un creativo de primera, un bromista con timing perfecto y, sobre todo, una persona leal. De esas lealtades que no hacen ruido, pero que se notan en cómo te cuida cuando nadie mira, en cómo te defiende cuando no estás, en cómo te espera cuando tardas.
Juntos sois un equipo raro de encontrar: la brújula y el mapa, la chispa y el plan, la broma a tiempo y la carcajada a destiempo. Os he visto organizar una excursión con precisión de alpinistas… y acabar en una cervecería artesana porque “la cima puede esperar si hay IPA de temporada”. Os he visto invitar a amigos a casa a jugar juegos de mesa, y recordar que lo importante no es ganar, sino guardar las piezas al final… bueno, y si Diego hace una bromita con las reglas, no pasa nada, porque Elena tiene la versión oficial impresa.
Me emociona, como padre, saber que mi hija encontró a alguien que no solo la quiere, sino que la entiende. Que respeta su forma de ordenar el mundo, y que suma su creatividad para pintarlo de colores nuevos. Y me emociona, Diego, saber que en ti hay un compañero que sabe reír, pedir perdón, escuchar y celebrar. De verdad, hijo, gracias por cuidar de Elena como la cuidas, por hacerla reír incluso cuando el día viene torcido, y por atarte a su vida con un nudo mejor que el de aquellas correas en el Retiro.
A vosotros dos quiero deciros algo que aprendí tarde pero que sirve siempre: el amor es elegir. Se elige en lo grande, claro, en días como hoy. Pero sobre todo se elige en lo pequeño: en la última rodaja de pizza que cedes; en apagar la alarma y prepararle el café; en no adelantarte la serie; en saber cuándo bromear y cuándo abrazar en silencio. Seguid eligiéndoos. En las cumbres y en los valles. En la mudanza y en la maratón. En las rutas que se pierden y en las cervezas que se encuentran.
Elena, mi cómplice, mi niña: hoy me desbordas de orgullo. No dejas de ser mi pequeña aventurera, solo que ahora vas con compañero. Y Diego, bienvenido oficialmente a esta familia. Ya eras parte, pero hoy te lo llevas por escrito… y con suegro bromista incluido, lo siento, no hay política de devoluciones.
Que vuestra casa siempre tenga una terraza, aunque sea imaginaria, para mirar el cielo y recordar que la vida es grande. Que nunca os falte un mapa, pero que siempre os permitáis perderos un poco. Y que esa risa de Elena, con las bromas de Diego, os siga marcando el ritmo durante muchos años.
Familia, amigos, si me acompañáis, levantemos nuestras copas.
Por Elena y Diego: que vuestra lealtad sea el suelo firme, vuestra creatividad el techo alto, y vuestra risa las ventanas abiertas. Que cada sendero os encuentre del brazo, cada juego os recuerde que estáis en el mismo equipo, y cada brindis os lleve a una nueva historia que contar.
A los novios. Salud.