salidaGenerado con DiscursoBoda usando IA
Buenas noches a todos.
Hoy estoy aquí como Lucía, con el corazón latiéndome fuerte y las manos un poquito temblorosas, pero sobre todo llena de gratitud por mirar alrededor y ver tantas caras queridas celebrando con nosotros.
Diego, amor, quiero empezar contigo. Aún puedo vernos en aquella excursión a la sierra, cuando nos perdimos del grupo y de pronto el camino se quedó solo para nosotros. El mundo se volvió silencio, salvo nuestros pasos y nuestras voces. Hablamos horas, sin prisa, como si el reloj hubiese entendido que algo importante estaba pasando. Y cuando empezó a refrescar, me ofreciste tu chaqueta con esa mezcla perfecta de caballerosidad y nervios. Ese gesto sencillo fue mi primera pista de lo que vendría: tu paciencia, tu manera de cuidar, ese ingenio que me hace reír incluso cuando quiero estar seria.
Nuestra primera cita fue en un mercadillo de barrio; todavía me acuerdo de cómo convertiste cada puestito en una aventura. Yo me detenía para ver plantas, tú encontrabas la forma de hacerme reír con el nombre de cada suculenta. Ahí descubrí otra cosa de ti: que en lo cotidiano encuentras tesoros, y que a tu lado lo sencillo se vuelve especial.
A los dos años adoptamos a un gato, y ese peludito exigente nos enseñó, con sus maullidos a horas imposibles, lo que significa ser equipo. Aprendimos turnos, paciencia y ese superpoder tuyo en la cocina para calmarlo… y calmarme. Que lo sepas, Diego: no solo eres un gran cocinero, eres la razón por la que los domingos huelen a pan recién hecho y a casa.
Tres años después nos mudamos juntos, y ahí llegó el curso intensivo de convivencia. Yo, detallista hasta el último milímetro del cuadro en la pared. Tú, paciente, encontrando siempre la medida exacta del equilibrio. Yo perseverando con listas y post-its, tú con tu ingenio devolviéndome a la risa cuando la perfeccionista que llevo dentro se ponía intensa. Aprendimos a repartir silencios, a pedir perdón sin dramatismos, a celebrar las pequeñas victorias: una receta nueva que sale bien, un puzzle de mil piezas terminado, una noche de juegos con amigos que se alarga porque nadie quiere irse.
Y después, Cádiz. Ese atardecer en el que el cielo se incendió de naranja y tú me miraste con la misma calma de aquella sierra. Te arrodillaste, me temblaron las piernas, y el mar pareció decir que sí conmigo. Fue hermoso, pero lo más bonito no fue el anillo, fue la certeza. La certeza de que contigo quiero seguir perdiéndome del mundo para encontrarnos los dos.
Diego, tú eres paciente cuando yo acelero, ingenioso cuando a mí me falla la chispa, y en la cocina eres magia. Yo soy detallista, sí, y a veces intensa, lo sé; pero también perseverante, y no pienso dejar de perseverar jamás por nosotros, por esta vida que hemos construido y que seguimos escribiendo cada día.
A nuestras familias y amigos, gracias por ser refugio y fiesta. Por cada sendero compartido, por esas noches de juegos en las que discutimos por una carta como si nos fuese la vida y luego acabamos riendo hasta doler la cara. Gracias por sostenernos, por empujarnos a salir de casa cuando el sofá gana, por venir hoy con tanta alegría.
Quiero decir algo más, amor, y es un compromiso sencillo: prometo seguir buscándote en los pequeños gestos. En las caminatas sin destino, en las recetas que fallan y nos obligan a improvisar, en las tardes de mantita y gato, en los domingos de mercadillo que todavía nos esperan. Prometo no perder la curiosidad por ti, seguir preguntándote cómo fue tu día incluso cuando ya me lo contaste, y celebrar que seguimos eligiéndonos a cada paso.
Que nunca nos falten montañas que subir, platos que probar, amigos alrededor de la mesa y nuevas reglas inventadas para el próximo juego. Que la perseverancia y la paciencia se den la mano, que el ingenio abra ventanas cuando parezca que no hay puertas, y que el amor —ese amor tranquilo y luminoso— siga siendo nuestro lugar favorito.
A todos los que estáis aquí, gracias por ser parte de nuestra historia. Y ahora, si me acompañáis, levantemos nuestras copas.
Por Diego y por mí, por lo que ya somos y por todo lo que nos queda por descubrir. Que la vida nos encuentre siempre con las botas listas, el delantal a mano y el corazón dispuesto.
Salud.